sábado, 8 de marzo de 2008

LAS MIRAS DE LAS ARMAS!!!





LAS ARMAS DE AVANCARGA SU CLASIFICACION LEGAL
Las armas antiguas representan, quizás, la categoría de armas de fuego más ambicionadas por los coleccionistas, que las adquieren, conservan y exhiben no por su potencia o poder de agresión y defensa sino como muestra del paso de los tiempos, como testimonio de la historia. Estas armas tienen valor por lo que fueron y lo que representan, muchas veces conllevan una carga emotiva importante.Dentro de esta gran categoría, encontramos a las armas de avancarga, que son aquellas que se caracterizan por introducir la pólvora y la bala por su boca, incluyendo, entre otros a:
El mosquete, antigua arma larga de avancarga, que se disparaba apoyándola sobre una espiga.
El trabuco, arma de avancarga de gran calibre y boca acampanada para facilitar su recarga, del que existen modelos de hombro y también de puño.
La espingarda, arma larga de avancarga, muy usada en los paises árabes.
El arcabuz, primitiva arma de fuego de avancarga, larga o de hombro, que debido a su elevado peso se disparaba apoyada en una horquilla. Su nombre proviene del alemán "hacken büchse" (arma con gancho).
La culebrina, primitivo cañón de avancarga, tubo largo y pequeño calibre.
La lantaca, antigua pieza de artillería de avancarga y pequeño calibre, utilizada en la región de Malasia
Sin dudas, definir las características de las diferentes armas portátiles de avancarga, o enumerar los distintos tipos que integran este subgrupo importaría una tarea harto dificultosa. Valgan las escasas líneas precedentes de apretada y elemental síntesis.La problemática de estas armas, su clasificación y régimen legal aplicable ha sido objeto de tratamiento de este Registro Nacional de Armas en diferentes oportunidades, frente a diversos requerimientos efectuados por los interesados en su adquisición.En cuanto al régimen legal de este tipo de armas, el principio básico en la materia viene dado por las prescripciones del art. 7° inciso b) del Anexo I al Decreto 395/75 Reglamentario de la Ley Nacional de Armas y Explosivos N° 20.429, el que en forma expresa excluye de la reglamentación a las armas portátiles de avancarga.En consecuencia, a los fines de la adquisición, tenencia, transmisión, comercialización, importación y/o exportación, no se requiere legalmente la intervención del Registro Nacional de Armas.Por cierto, las armas portátiles de avancarga son armas de fuego, en el sentido propio de su definición, en tanto utilizan la energía de los gases producida por la deflagración de la pólvora para lanzar un proyectil a distancia. Sin embargo, no debemos olvidar que son materiales ya obsoletos, anacrónicos, impensados hoy en día como elementos que puedan ser asociados al delito o a la toma de medidas defensivas, tratándose en su lugar de objetos de colección de particular utilidad en pruebas y competencias de tiro deportivo.En distintas Jornadas de Derecho y Ley de Armas se debatió acerca del sistema registral vigente en punto a este tipo de armas, concluyéndose en la admisibilidad de su registración voluntaria por parte de los usuarios tenedores de las mismas.En consecuencia, las armas de avancarga no se registran obligatoriamente, admitiéndose que quien voluntariamente desee, por su seguridad, registrar este tipo de material en el organismo, puede hacerlo incorporándose al Banco Nacional Informatizado de Datos sobre Armas de Fuego a cargo de este Registro Nacional (Ley 24.492), otorgándosele una certificación que acredita tal extremo. Por cierto, buen número de estas armas se encuentran incorporados a los legajos de distintos usuarios coleccionistas inscriptos como tales ante este RENAR.Independientemente de estas cuestiones reglamentarias, la voluntariedad de la registración y el sistema legal vigente en la materia no importa aceptar que con estas armas de avancarga no puedan cometerse ilícitos. Pero dadas sus características, antigüedad y escasas prestaciones, no podemos dejar de reconocer que serían casos por demás especiales; de allí entonces que el Decreto 395/75 las excluya del ámbito reglamentario de la Ley Nacional de Armas y Explosivos. Por lo demás, también podría darse el caso de otro tipo de infracciones, que excedan el marco de esta norma, y queden en el ámbito de las normativas locales específicas de cada jurisdicción.Finalmente, conviene recordar las conclusiones a que se arribaran en el seno de la Comisión III (Sistema Registral Vigente) de las VI Jornadas de Derecho y Ley de Armas. En dicha oportunidad, y por unanimidad, se recomendó encarar un pormenorizado estudio respecto del régimen legal de las armas simuladas, las réplicas, las accionadas a gas comprimido, las armas blancas arrojadizas y las armas de fuego de avancarga, permitiendo desde ya su registración voluntaria ante el Registro Nacional de Armas, a la vez de profundizar los alcances de la Ley 24703, de modo de establecer además de su prohibición de venta a menores de edad, que la misma solo se efectúe a través de armerías habilitadas siendo necesaria la identificación de sus adquirentes. A partir de tan importante conclusión, el Registro Nacional de Armas resolvió remitir la ponencia a la Comisión Permanente de Investigación y Estudio sobre Legislación de Armas de Fuego, con el fin que, con los asesoramientos técnicos pertinentes, se establezcan las condiciones de tales materiales ya que no todos ellos en sus diferentes tipos, revisten la misma potencia y por ende la misma peligrosidad.
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ARMAS ANTIGUAS!!!







Armas Calibre 1 a 2.7 mm Alemanas












Este Tipo de Armas de la Primera Mitad del Siglo XX Disparan Municiones que Varían en Calibre Según el Modelo desde 1 mm hasta 2.7 mm. Como Máximo Arriba se Encuentran Fotos de Modelos Alemanes.

lunes, 3 de marzo de 2008

EN ARGETINA HAY SICARIOS X MENOS DE DOS MIL PESOS!!!



Crimenes por encargo
En la Argentina se puede contratar a un asesino a sueldo por menos de 2.000 pesos
Los sicarios argentinos matan a cualquier precio. Los hay profesionales, que cobran desde 30.000 hasta 50.000 pesos, e inexpertos. Algunos son reclutados en las villas a cambio de poco dinero. El Código Penal castiga con reclusión o prisión perpetua al que mata “por precio o promesa remuneratoria”. Desde los crímenes del abogado Cristian Vázquez y el barrabrava de River Gonzalo Acro hasta los sicarios peruanos que llegan al país para matar en barrios porteños.
Rodolfo Palacios
2007-09-09 04:35:54
“La limpieza no deja rastros. La mitad se paga por adelantado. Nunca fallamos”, aclaran. Ofrecen sus servicios con la brevedad de un telegrama, la seriedad de un vendedor de seguros y la convicción de un fumigador de plagas. Los más organizados garantizan impunidad y profesionalismo. Se llega a ellos boca en boca o recomendados por un cliente satisfecho. También los hay descuidados. Esos son los que hacen su “trabajo” a cambio de unos pocos pesos.
No están “industrializados” como los brasileños. Tampoco se encomiendan a la Virgen como los colombianos. A diferencia de los peruanos, no están en medio de una guerra de bandas. Tampoco tienen el porte cinematográfico de los norteamericanos. Pero los asesinos a sueldo argentinos existen. Algunos matan por 50.000 pesos. Otros por menos de 2.000. Depende del caso, la persona a matar y el asesino contratado.
En la Argentina, la fábrica de matar funciona con sicarios de todo tipo. “Hubo casos en los que se cometieron crímenes por encargo a cambio de 1.500 pesos. Hasta se denunció que eran reclutados en una villa”, confió una fuente policial.
Este año hubo dos casos resonantes que fueron relacionados con killers. Los investigadores no descartan que a Gonzalo Acro, el barrabrava de River asesinado en agosto de dos tiros en Villa Urquiza, lo hayan asesinado sicarios. El 20 de agosto, el abogado penalista de Monte Grande Cristian Vázquez apareció muerto de dos balazos en la cabeza. Por el crimen detuvieron a tres policías, a su ex mujer y a un joven de 27 años. El secuestro y el asesinato habrían sido producto de un pago previo de 2.000 pesos y la promesa de saldar la tarea con 150.000 dólares que al final no aparecieron

sábado, 1 de marzo de 2008

CADA VEZ MAS CHICOS USAN ARMAS...





INFORME ESPECIAL / TERCERA NOTA: LA INSEGURIDAD QUE VIVEN LOS DE ADENTRO Y LOS DE AFUERALa pesadilla de Villa Itatí: los chicos usan armas y drogasLa violencia parece incontrolable y domina el pulso cotidiano
Hay robos, se paga peaje y las discusiones terminan muchas veces a los tiros
La gente dice que desde que llegó la droga no hay códigos que se respeten
Por ALBA PIOTTO. De la Redacción de ClarínEl tiro se escuchó seco. Pac. Después, silencio y los perros que ladraron. Dicen que Pikachú vio el caño del revólver apuntándole y ensayó una súplica: "No tirés boludo, no tirés". No le sirvió. Cayó fulminado por el balazo. Fue el primer sábado de abril. Tenía 20 años y había estado en el patio de tierra de una casa de la villa, en una fiesta. Entre cerveza y cerveza, al ritmo de una cumbia, Pikachú quiso conquistar a una chica. Enseguida supo que tenía otro pretendiente. Y ninguno cedió.La pelea siguió en los pasillos. Cuando llegaron a la calle Misiones, donde el recodo desemboca en la casa del muchacho, todo terminó con un balazo. Dicen que el que disparó era un pariente, unos años más grande que él. Que llevaba "un 22" encima. Pac."Acá ya sabés cómo son las cosas: si empezás algo, lo tenés que terminar. Así que a veces es preferible quedarse callado", dice Osvaldo. Y enuncia la regla número uno en los códigos de la villa. Osvaldo está parado en el lugar de donde se llevaron el cadáver del muchacho. Pero ya no hay rastros. Sólo queda el boca a boca que repite la historia, con más o menos agregados. Pero coincidentes en lo esencial. Un soplido de polvo reseco atraviesa la calle de tierra. Osvaldo cruza los brazos sobre la panza que domina toda su figura y sigue: "Tampoco vas a quedar como un tonto. Si le dicen algo a alguien que está conmigo, me callo la boca. Pero después vuelvo y arreglo las cosas yo solo, mano a mano". Esa es la regla número dos.Dicho así, las cosas en la villa parecen dirimirse según la Ley del Talión. El ojo por ojo. El que las hace las paga. Y al parecer no importa de qué se trate. Puede ser una chica, una mirada, un partido de fútbol, una apuesta, una cerveza de más. La violencia es un estado dominante en la villa. Es violento su paisaje, el temblor de las chapas amenazando con caerse, el olor agrio de la humedad eterna de las paredes, la estrechez de los pasillos, su paso restringido. Y es violento también su pulso cotidiano, la dureza de sus códigos, el silencio de las tres de la tarde, las miradas que se cruzan, los testigos enmudecidos.Y eso, los habitantes de la villa lo perciben como uno de los problemas más graves. La gente asegura que los viejos códigos que sostenían las relaciones internas cambiaron. Que la droga, primero, los robos y las armas después socavaron aquella ley no escrita que dice: "Al barrio y a su gente hay que respetarlos". Hoy no. La villa se volvió insegura tanto para el de afuera como para el de adentro. Las ambulancias esperan a los enfermos afuera. Los que arreglan líneas telefónicas no entran. El cartero tampoco. Los repartidores menos. Para sortear esa frontera es necesario hacerlo con alguien que viva en la villa. Y aun así nadie garantiza nada.Isabel no tiene dudas. Dice que la culpa de todo la tiene la droga. Se nota que la mujer, de unos 50 años, gasta un tiempo en arreglarse. Se muestra elegante, peinada de peluquería, maquillada. Dirá que se siente "villera" porque se crió en la villa. Pero que eso no le impide querer progresar y verse bien. Y lo logra. A Isabel los problemas internos del lugar la afectan personalmente. Tiene cinco hijos creciendo ahí y su mayor temor es que a alguno lo atrape el destino que se repite en otros chicos. Isabel sabe de qué habla. Tiene a su cargo un comedor infantil donde todas las tardes unos sesenta pibes toman su merienda y hacen los deberes. Algunos dieron el salto al vacío. "Es doloroso cuando ves que aquel nenito que venía a tomar la leche acá, ahora está robando en la esquina", cuenta Isabel, que también "sabe" que tiene que hacer silencio. Todavía recuerda las amenazas recibidas cuando ensayó una protesta en contra de la venta de drogas en la villa. "Te callás o te quemamos todo", fue el mensaje. Cara a cara.Para los habitantes de Villa Itatí ese "polvito blanco", la cocaína, fue el que impuso las reglas, pasillos adentro: No ver, no hablar, no meterse. Los que quisieron desafiarlas no pudieron. Cuentan que no hace mucho hubo una reunión con la Policía de la zona para pedir que cerraran "los quiosquitos" que se habían instalado en la villa. Y donde no se venden precisamente golosinas. Lugares secretos que todos conocen. Atendidos por gente anónima pero conocida de la que nadie quiere dar nombres. La cruzada no tuvo éxito y fue bastante confusa. Dicen que esa vez la Policía pidió que denunciaran con nombre y apellido a quienes traficaban dentro de la villa. Pero la fuerza de los códigos pudieron más. Y nadie abrió la boca. "A mí me olió mal. Ellos saben quiénes son y dónde están. Creo que querían que pisáramos el palito", sospecha una mujer que participó de la reunión. Y si hay algo que en la villa no se perdona es "ser buchón", revelar hacia afuera las cosas que pasan adentro. Por mínimas que sean."Pero ¿quién para esto? Si acá la droga se vende como caramelo", pregunta y responde una mujer en el comedor de Isabel. Un hilo de sudor recorre brilloso, lento, por su cara redonda, mientras ella pedalea en una máquina de coser tipo Singer. Remienda y recicla ropa para ganarse unos pesos. El recurso también sirve cuando las ayudas no llegan y se necesita juntar un poco de plata para comprar la comida de los chicos. "Acá se mataron pibes y otros están presos. Eso es lo que hace la droga", se queja sin levantar la vista de la costura, ni dejar de pedalear. Como si ese pedaleo conjurara un destino posible.La preocupación no es sólo de ella. En la defensoría legal que funciona gratis en la villa la mayoría de las consultas son de madres con hijos que empezaron drogándose, terminaron robando y ahora están presos. Secuencia que puede empezar muy pronto, demasiado: apenas se deja atrás la salita celeste del jardín. Muchas veces, ya a los 6 años la calle comienza a suplir las aulas de la escuela. Y es el ámbito donde enseguida se descubre el olor del pegamento. El mote de "bolseritos" los describe crudamente. Andan con una bolsita llena de "poxi" pegada a la nariz a cualquier hora del día. Y no hace falta meterse en ningún terreno secreto de la villa. Se los puede ver al costado del Acceso Sudeste, deambulando o sentados en el cordón tosiendo, moqueando, con los ojos llorosos, eufóricos, irritables. Sin sentir el frío o el calor. Impredecibles, temblorosos. Sin niñez.Son el primer eslabón de una cadena amarrada en los laberintos de la villa. Y con pasmosa viveza, los chicos más grandes saben sacar su provecho. Juntan plata entre varios, compran un tarro de pegamento, lo fraccionan y se los venden a los más chicos. La medida justa es una cuchara de madera. Cada cucharada cuesta entre 0,50 y 1 peso. Y con lo que recaudan, a su vez, se compran marihuana, más pegamento o algún "papelito" de cocaína. Todo, sin salir de la villa.Y la gente parece familiarizada con ciertos términos y olores. "Yo no sabía qué tenían esos cigarrillitos, los porros que le dicen", empieza a contar una abuela, a la que el tiempo y los huesos le arquearon las piernas. "Pensaba ''qué raro ese tabaco, el olor que tiene''. Me dijeron que era la marihuana. Ya me acostumbré al olorcito y hasta me gusta porque es dulzón". Y se ríe apretando los labios. Fue la misma abuela que una vez casi se desmaya cuando, por curiosa, quiso saber cómo era ese pegamento que tanto olían los chicos y metió la nariz en una bolsita.Roberto cuenta las moneditas en la palma callosa de su mano. Y separa dos pesos. Uno lo pone en un bolsillo del pantalón. La otra moneda va a parar al otro bolsillo. Un peso. Ese es el filo entre la calma y el sudor del miedo. Un peso es lo que piden los bolseritos por las calles de Bernal o limpiando parabrisas en alguna esquina de Quilmes. Es el valor del peaje que se cobra en los pasillos de la villa. Y puede ser el precio de matar o morir, según la reacción del momento. Roberto lo sabe. Por eso, todos los días sale con esas dos monedas en sus bolsillos: "Una para el viaje, otra por si me piden".Roberto tiene cuarenta años, todos vividos en la villa. Sus rasgos son amables, sus gestos pausados. Cada día, Roberto se junta en grupo con quienes salen a trabajar a la misma hora y sortean juntos los pasillos hasta la parada del colectivo. Se protegen de los robos y del peaje. Roberto se lamenta porque la villa se volvió hostil para su propios habitantes.La gente de Itatí le puso nombre a la pesadilla cotidiana: "moqueritos". Porque son los que "se mandan los mocos, los que hacen bardo". Pibes de entre 13 y 21 años, temidos porque andan armados. Y porque apoyados en el código del silencio de la villa, rompieron la regla de no meterse con la gente del barrio. Ellos se meten. Le roban a su vecino. Lo dejan pasar de un lado a otro a cambio de una moneda. Huidizos, desconfiados con los extraños y con los propios. Para alguien de afuera es difícil distinguir un moquerito de otro pibe de la villa. Pero el moquerito tendrá un arma entre su ropa, casi siempre deportiva. Se mostrará amenazante al menor descuido. Y eso lo hace diferente."Los más grandecitos respetan el barrio y van a ''trabajar'' (robar) afuera", cuenta alguien que conoce bien las sombras que se mueven por los pasillos. Y ahonda: "Si los más chicos se mandan una macana, los más grandes les explican que en el barrio no se afana. Pero no hacen caso". Surgen de golpe, espontáneamente. Nadie los llama, nadie los dirige. Todo es tan simple como juntarse y salir a robar. Y no les fue difícil conseguir el arma que llevan, para matar o morir. El "reduche" (reducidor) de la villa las alquila o las vende. Y a él no le importa si va a manos de un nene o de un hombre. "Aquí nadie va a pedir documentos", ironiza uno que sabe. Y pide anonimato antes de explicar el negocio. "Por una 9 (milímetros) o una tiqui taca (escopeta) se está cobrando entre 50 o 100 pesos", cuenta. Y explica, pedagógico, que la tarifa depende del "trabajito" (robo) donde se usen esas armas. Como ejemplo, nombra algunos golpes a bancos del conurbano.Es para impresionar al neófito. Los precios para la venta son mayores: "Habría que calcular unos 200, 250 mangos las pistolas. Y de unos 300 por una escopeta recortada".Para sacar las armas de la villa se usa a los pibes. Se sabe que quienes las van a usar no van a buscarlas personalmente. El reducidor se las da a los chicos, los chicos las esconden en la mochila del colegio o en los botineros, y las llevan al lugar convenido. Así se ganan unos pesos. Y no corren riesgos, porque si los agarra la Policía como son menores no van presos.Pero nadie ve. Nadie habla. Nadie se mete. Acaso nadie tampoco pueda medir la tensión de esos silencios. Irremediablemente cómplices. Y amordazados.